El Terror by David Andress

El Terror by David Andress

autor:David Andress [Andress, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2004-12-31T16:00:00+00:00


Quienquiera que trate de corromper, dividir o paralizar la Convención debe ser considerado enemigo del pueblo, tanto si se encuentra en esta sala como si es extranjero; pues, si actúa movido de su estupidez o de un objetivo perverso, pertenece al bando de los tiranos que nos han declarado la guerra.

Tras semejante rapapolvo, respondió a las quejas que se le habían planteado como un padre ofendido que se dirigiera a un hijo ingrato.

Se nos acusa —señaló— de no hacer nada, y sin embargo, ¿se ha parado alguien a tratar de comprender nuestra situación? Tenemos once ejércitos que dirigir, y sobre nuestros hombros recae el peso de toda Europa. En todas partes hay traidores a los que desenmascarar, agentes a los que confundir, pagados con el oro de las potencias extranjeras, y funcionarios desleales a los que vigilar; en todas partes, obstáculos y dificultades que atenuar a la hora de ejecutar las medidas más acertadas, tiranos contra los que luchar, conspiradores a los que intimidar, pertenecientes casi todos a esa ralea que de tanto poder gozó en otro tiempo por su riqueza, y que aún intriga con resolución. ¡Esas son nuestras funciones[16]!

El Comité, por lo tanto, exigía poder contar con el apoyo de la Convención para poder llevar a cabo las tareas que tenía encomendadas: de lo contrario, los doce diputados que lo integraban estaban decididos a dimitir. Aquella se dejó intimidar y dio su voto de confianza a toda la comisión. Al insistir en su unidad, aquel grupo de hombres dispares que asía las riendas de Francia dio así su visto bueno a un cuerpo que, hasta entonces, se había ocupado más de deshacer gobernantes que de secundarlos. Aún habrían de pasar unos diez meses antes de que volvieran a ponerse en tela de juicio los derechos de iniciativa política y poder administrativo del Comité.

Este último dejó claro que el de Houchard, que había servido de pretexto a esta disputa, era un caso evidente de traición. Su credibilidad dependía de ello, y la otra opción posible consistía en apelar al recurso, poco diplomático, de culpar a los soldados de a pie o a la injerencia de los representantes. En consecuencia, no había marcha atrás. La correspondencia que, en tono educado, había mantenido con los comandantes enemigos para tratar de los canjes de prisioneros quedó, así, elevada a la categoría de prueba evidente de su intención alevosa. El general, combatiente aguerrido de cincuenta y cinco años, que había vivido feliz en su puesto de capitán de caballería hasta que la República le asignó una carga que él jamás había deseado, defendió en vano su inocencia: lo encerraron junto a otros veinticuatro generales, y como la mayoría de ellos, murió en la guillotina antes de que acabara el año[17].

Pese al triunfo obtenido por el Comité en este asunto, seguían sin escasear los problemas y la incertidumbre. El liberalismo económico que imperaba aún en la mente de muchos políticos los había hecho reacios a aceptar la Ley del Máximo, y la amenaza que



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